Ponencia para el VIII Encuentro Iberoamericano de Comunicación
Perspectivas y desafíos. Comunicación 4.0
Cultura de masas, las manifestaciones culturales y el fenómeno comunicacional como abordaje.
Iniciaré definiendo el terreno en el que deseo construir los supuestos en que he de moverme… o como ahora la moda dicta, la narrativa en la que nadarán mis pobres argumentos en un escenario móvil y en extremo fluido, en el que se presenta este desatinado argumentar de leves y trasnochadas sospechas…, hilvanadas al apuro, para ser exhibidas en el escenario actual, bajo la nada despreciable y enceguecedora luz de la cultura de masas, las manifestaciones culturales y el fenómeno comunicacional como opciones de abordaje para edificar unos pocos supuestos que intentan desvelar el complejo entramado, que cada día se complejiza más, y se enreda en los rizomas propios de los escenarios comunicacionales contemporáneos, nómadas, digitales, fluidos, funcionales y siempre actuales y actualizables.
Para iniciar esta reflexión… de saltamontes trasnochado... entre la cultura popular, la comunicación, la cultura de masas … sin dejar por fuera a las industrias culturales que son, sin duda, las grandes canalizadoras de estos espectaculares fenómenos cotidianos que se presentan en la escena de los acontecimientos y a los que intentaré arribar, así sea buceando.
Para dar este primer intento de aterrizaje sobre alguna tibia firmeza conceptual, procuraré trazar un horizonte teórico, un espacio de vaporosas certezas desde el cual abordaré la Comunicación Social. Desde su comprensión más elemental y conceptualizadora, esta disciplina, enmarcada dentro de las ciencias sociales, se distingue por su rica interdisciplinariedad y por dirigir su estudio hacia el develamiento sistemático, organizado, metódico y exhaustivo de un proceso tan complejo como esencial: el de la creación, producción, circulación y consumo de bienes altamente significativos, también conocidos como bienes simbólicos y culturales. Estos bienes no solo se integran en el dinámico mercado de lo social, sino que son esenciales en la configuración del entorno humano, al formar parte del tejido comunicativo que articula las interacciones y construcciones culturales en sociedad. Así, la Comunicación Social se presenta no solo como una disciplina de análisis, sino como un puente que conecta los sistemas de significado con las dinámicas humanas que los hacen posibles.
A su vez, este entorno humano que viene dando botes en el torrente de la historia, y que llegado al día de hoy acarree en sí, y para sí, todo un entramado de relaciones que, sin duda complejas, definen ligeramente ámbitos como los que han de aludir a la cultura, la civilización y los portentos que con ella han llegado a nosotros en esta sociedad del consumo maximizado, del bienestar a ultranza y del tan moderno mundo que nos ha tocado vivir y que al parecer nos lo sacamos en una rifa a la que ni siquiera fuimos invitados.
Y claro mirando atrás, cuando deseamos lanzar la atrevida pierna a la segunda pisada necesitaremos comprender que la “totalidad social” es fruto de una historia repleta de “totalidades pasadas” que se reflejan, con formidable evidencia, en las formas y modos en que enfrentamos el presente y con el cual damos forma a nuestras maneras de vivir dentro de ese mundo heredado, y en el cual intentamos, siempre, jugar entre la re-creación y la terca inercia que nos lleva a asumir lo dado, como un hecho eterno e inmutable.
He mencionado categorías en las que requiero posicionarme para no caer en los pantanos conceptuales que nos rodean, así entre civilización y cultura, lanzo una soga y abrazo propuestas de varios pensadores que han de esclarecer las penumbras cuando intento hablar de estas dos categorías, al caso, Oswlad Spengler diría ya que cada cultura tiene su civilización, planteando de esta forma que la civilización es el determinante inicial, el pedernal que arrojará la chispa sobre la yesca que favorecerá el florecimiento de la cultura, Cultura que a su vez había configurado la arcilla con la que moldeó el surgimiento de las primeras civilizaciones.
Así pues, para comprender la civilización, tomaré la mano del recientemente fallecido maestro Enrique Dussel y plantearé que he de referirme por civilización a “todo el mundo de las objetivaciones, o planteado mejor, a los instrumentos, útiles o cosas que el hombre ha ido descubriendo y transformando para cumplir fines que ha sabido proyectar.” (Hipótesis para el Estudio de Latinoamérica en la Historia Universal, pág 33).
Es decir, hago referencia al mundo instrumental en el que vivimos y del que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que es el preciado mundo de lo humano, del que un pensador de la talla de Herbert Marshall McLuhan se sentirá plenamente orgulloso e incluso influenciado, modulado… determinado.
Pero hay que aclarar que sobre este entorno instrumental existe y se despliega de forma permanente una objetivación subjetiva, no tangible, influida de seguro por una variedad de factores como, por ejemplo, el entorno, el clima, la vegetación, la fauna, la topografía, la capacidad productiva y fértil de los suelos…, siendo este un hecho que se evidencia desde las cavernas hasta los hábitats actuales.
Bellamente decoradas, pintadas, las cavernas primigenias dan cuenta de lo antes dicho, y dan pie al surgimiento de formas o manifestaciones de un arte rupestre primigenio, altamente representativo, inmensamente creativo. Fue en esos escenarios en los que la antropóloga estadounidense Margaret Mead describiría, a su juicio, el nacimiento civilizatorio de la especie humana al descubrir un fémur que alguien se fracturó y luego sería sanado.
Desde aquellos tiempos al de nosotros, saltando las distancias necesarias, aposentados en las cavernas modernas los dispositivos televisivos pintan el ambiente y exorcizan los silencios y el miedo…, y no conformes con eso, el acceso portátil al entorno multipantalla, con que soñaría un lejano día aquel apasionante escritor de ciencia ficción, el norteamericano Ray Bradbury en su obra Fahrenheit 451, donde evidenciaría nostradámicamente, queriendo o sin querer, lo que un pensador de la talla de Giovanni Sartori nos propondría, como un salto cualitativo, incluso de especie, al dejar atrás al Sapiens que fuimos, por un naciente Homo Videns, del cual, de seguro se encuentra casi abarrotada esta sala, ya sean de pie o sentados en estas butacas, y con la evidente evidencia en sus impacientes manos, deseosas por pasar con el dedo ávido… y bien ejercitado… las variadas ofertas de aquellas formidables visiones de este mundo del ahora en tiempo real, con imagen mejorada y sonido estéreo, que no paran de dar cuenta del distante mundo que les corre a un palmo de sus narices.
Vistas las cosas, y en su medida propuestos los pre-supuestos hay que hacer un espacio a la compresión del ser cultural en la dimensión de esta ponencia que, con timidez se expone al lapidario juicio de la cultura de la queja… y sin cuentos chinos… tratar de concretar algunas puntadas en cruz, ojal o en un zurcido apresurado...
Como es más que sabido, el hombre no vive exclusivamente en un mundo de materializaciones (de cosas), es innegable el peso del pensamiento simbólico que brota como una milagrosa fuente y gracias al cual se describen los rasgos más característicos y distintivos de nuestra especie, es adecuado comprender que, dentro de este hecho la Cultura, vista desde el plano abstracto no solamente ha de referirse a las actitudes ante el entorno instrumental civilizatorio sino también al universo de las explicaciones que las fundan y validan.
Por tanto, la cultura humana, aquella que nos define y distingue de cualquier otra especie, ha de entenderse como un fenómeno social complejo que abarca los significados, valores, símbolos y prácticas a través de los cuales las personas dan sentido a su realidad, a su “mundo”, es decir, a aquella totalidad de sentido en donde como seres arrojados a la cruda realidad, desarrollamos los intercambios fundamentales que hacen posible la comprensión de esta cosa que denominamos vida.
Así expuestas las bases conceptuales podemos bocetear la construcción de una serie de supuestos que nos permitirán echar un ojo a los fenómenos actuales y sus dinámicas para abrir ventanas a temas de investigaciones futuras o proponer revisiones a aportes pasados para actualizarlos en esta nueva dinámica y su vertiginosa carrera hacia la comprensión del nosotros y nuestro tiempo.
Seres voyeristas por excelencia hemos sido altamente satisfechos, quizá incluso más que Adonis o Narciso frente al espejo, al disponer de toda la parafernálica implementación tecnológica de la visualidad que ha derrumbado los límites no solo entre lo público y lo privado, sino que incluso ha violentado y violado la intimidad más íntima y potenciado el deleite onanista con la puesta en escena de aquellas vestales y ninfas (o ninfos, al caso da igual) que sin emerger de las aguas, danzan tras las lúbricas pantallas de pago cual inasibles visiones de una histérica realidad colectivizada, de la insatisfacción a ultranza, del úsalo y tíralo que caracteriza y define a nuestra gloriosa sociedad del consumo.
Con estos anzuelos arrojados al océano de las mansas masas, los anónimos colectivos, han sido captados – cooptados- capturados por la sociedad de la imagen. Vale bien la pena recordar que para Jean Baudrillard, la imagen se convirtió en el centro protagónico de la sociedad postmoderna, desplazando el valor de la verdad o la autenticidad. Este valor de la imagen leudó en sus especulaciones, en las de Baudrillard, menos que en las pantallas modernas gracias a su potencial capacidad para seducir, entretener y ofrecer una realidad "mejorada", una hiperrealidad que captura no solo las miradas, sino que homogeniza las voluntades y secuestra los sueños.
En la sociedad actual, es innegable que las industrias culturales, los medios de masas y la publicidad fabrican y manipulan la realidad mediante imágenes, que finalmente generan una versión de la realidad tan convincente que la realidad misma deja de tener importancia.
Esta meta realidad (audiovisualizada, televisualizada, que permea con muchísima facilidad el cuerpo social) solo confirma lo que, hace unas décadas diría Roberth Hughes, al afirmar que: “la lucha entre la educación y la televisión -entre las razones y la convicción a través del espectáculo- ha sido ganada por la televisión, un medio que hoy en día está más envilecido que nunca.” (La cultura de la queja, pág.15.)
Hoy, la colonización y la colonialidad del saber en los medios se impone… como lo ha hecho con gran efectividad en los sistemas del oficial conocimiento y del oficialismo comunicacional, ya no solamente dominados por perspectivas eurocéntricas y occidentales sino por la nuevas tendencias hegemónicas de un discurso disfrazado de tolerancia e inclusión que solamente profundiza y zanja las cada vez mayores diferencias del cuerpo social, aportando apenas nuevas y asexuadas terminaciones a viejas palabras.
La máxima de “divide y vencerás” en su esplendor se ha manifestado en las parcelas abonadas por estos enfoques que determinan: qué discursos o narraciones…, culturas y formas de pensar… serán consideradas legítimas o “universales”, y en consecuencia, y por obvias razones, relegarán a otros conocimientos y experiencias culturales, legándolas a un segundo plano o invisibilizándoles de contado.
En este contexto, surge la necesidad de crear alternativas comunicativas que permitan la re-presentación y difusión de conocimientos, valores y perspectivas que apunten al corazón de lo local, lo nuestro, al terruño, así como de las comunidades históricamente marginadas.
Estas alternativas buscan descentralizar el conocimiento, permitiendo que múltiples voces y formas de saber tengan presencia y valor en los medios.
Esto puede lograrse a través de la re-creación de contenidos… más inclusivos y variados, mediante la promoción de medios comunitarios, medios desde las academias, el acceso a plataformas digitales que potencien las voces diversas, y el fomento de narrativas que cuestionen, propongan y amplíen el alcance de los conocimientos más allá de los hegemónicos discursos de las adictivas multipantallas que ni se callan, ni descansan nunca, que hacen permanentemente ruido para acallar las otredades y sus discursos.
En las calles analógicas y las digitales autopistas deambulan los hijos de las campañas de marketing, aquellos conductores extremos que persiguen histéricamente el éxito individual, el prestigio solipsista, el reconocimiento ante el espejo y la felicidad individualista, asociadas a la posesión de las marcas de alta gama, a manejo de los trending topics, a la acumulación compulsiva de seguidores y likes, o al enunciamiento oportuno de la actualidad primera de los acontecimientos cotidianos cual historia o reels en sus redes sociales.
Allí van a raudales, ciegos ante la nueva realidad que los ha objetualizado y transformado en imputs de un valor funcional limitado, para alimentar las bases de datos siempre sedientas de información y de los Algoritmos que vaticinan, cual modernos oráculos, el devenir social, económico, político… humano.
La sociedad de la imagen y la audiovisualidad se ha impuesto y reina, tanto como el ruido urbano dominando la totalidad de los ecosistemas y en este dédalo en el que nos encontramos, en el que en lugar de paredes hay interminables pantallas por doquier, parece no haber salida posible a la visualidad sin fronteras. Presos aparentemente y sin escapatorias en este complejo escenario las filtraciones son evidentes…, sino solo hay que recordar los casos de WikiLeaks…, y claro, ver como la oficialidad blindó sus murallas y elaboró los dictámenes acusatorios para silenciar, perseguir, desacreditar y sepultar a quienes se atrevan, u osen, señalar las grietas de su imperio…
Vistas las cosas y la aceleración que los fenómenos que en el entorno de lo social han experimentado los últimos años podríamos plantear diversos campos de estudios particularizando quizá en torno a la evolución en la industria del arte, en la producción cinematográfica o en la industria de la música.
Las industrias culturales fieles a la demanda del público mayoritario y a las exigencias del mercado reparte sin cesar (y sin criterios) sus productos masificados que se muestran hoy en su máximo esplendor en la escena sin filtros…, en la obscenidad sin tapujos, la capacidad creativa parece haber colapsado y en la velocidad incesante en que nos encontramos requerimos estímulos fuertes y sin filtro para sentir la plenitud de la fulguración repentina del ahora que, cual cola de pavo real, nos embruja y pinta el presente que mejor se le antoja.
Boleros, bachatas, pasillos música popular enterrada por la avalancha monótonamente rítmica de la percusión cardiaca de los géneros urbanos y sus filosofías baratas. Cine al vapor plagado de pastiches y contenidos repetitivos; en el streaming: ruido mediático, ruido de fondo siempre presente.
El pavor al silencio y a la reflexión impide enfrentar la cruda decadencia social en la que nos encontramos empantanados: corrupción, narcotráfico, inequidad, contaminación, pérdida sistemática de ecosistemas, guerras incesantes y alentadas desde los centros del poder imperial, impunidad cabalgante y podría continuar enlistando las negativas marcas que la sociedad del bienestar nos entrega como presente y legado.
Sin pretender constituirme en oráculo de ningún acontecer, puedo reflexionar y afirmar que la decadencia no es nueva, solo hay que mirar atrás, por ejemplo, a un París previo al 1789 y comprender que, en verdad, como en aquel tiempo, el banquete está servido y las oportunidades enormes están dispuestas en esta gran mesa a la que nos estamos dando cita.
Creo que lo que nos resta, no es simple pero, para empezar, podemos volver a lo básico...
Muchas gracias.