jueves, 14 de junio de 2007

Lágrimas de estación


Anoche, perdido entre unas hojas impresas; entre la tinta, el blanco y la divagación; me sentí, una vez más, atacado por la espalda, asaltado como siempre, por las insatisfechas dudas.

No estoy claro, he de confesar, si esta patología es de aquellas que se aferran a la existencia, o que, desde ella, pretende una cuota de inmortalidad eternizada bajo la luz de un bombillo de 60 watts.

Mas el padecimiento que me invade, a causa la ironía seductora con que pretendo enrumbarme, sin rumbo cierto, en esta desquiciada carrera de pensamientos, me deja a ratos como sin aliento, reconociendo mi absoluta inmanencia, frente a un espejo que no sabe bien como mirarme, como refractarme, como plantear la equivalencia exacta más allá de los abotargados ojos con que miro que me mira mi doble del espejo.

En esta contingencia, en esta encrucijada, con la ecuatorial sombra perdida, me pregunto si al fin en la transparentación de esta casualidad que soy yo, frente a mí mismo, si es que puedo decir, diciéndome, que el la inconclusa construcción de mi identidad (a diferencia de quienes se han cansado de ella), es proceso, persecución y no destino, como han supuesto otros.

Yo miro, atisbo la posibilidad de saltar la norma de la comidilla cotidiana, y proponer la posibilidad de pescar a río revuelto sabiendo que, en el anzuelo, siempre está presente en forma implícita, es decir, ocultamente presente, la voluntad de muerte, o en todo caso la seducción segura de su beso, del beso de la muerte.

Claro el dilema nace cuando, agente secreto, y sin compromisos con terceros, es decir, agente secreto del secreto, cómplice de la noche y sus misterios, abro las ventanas de la identidad desnaturalizada, y miro al derredor, en el pregón cotidiano que en esta porción de realidad, de isla, de tiempo, me permite y posibilita; en donde me encuentro y soy; y donde de mí dice, más que nadie, mi pasaporte, y éste a nadie engaña, soy, sin redundancias, en él y ante él, una identidad resumida a un pedazo de papel, él habla por mí con la precisión invulnerable de las grafías autorizadas, mas por su segura caducidad y el escaso compromiso con la legalidad que lleva en su seno, en poco me dejará ausente del reconocimiento y la legalidad autorizada, de su función designada, en un sistema, en cuyo orden de cosas, me terminará marginando del intercambio simbólico, pues seré, no más ni menos, que el apátrida oculto en la mascarilla de una apariencia, que en la piel del papel se ha desdibujado, en forma taxativa.

En este sentido pienso a la identidad en tanto anzuelo, pescador y carnada, y creo reflejarme ahora en los ojos de escurridizo pez que, atento, mira como una seductora irrealidad, una seductora simulación de fantasía, una irrealidad contundente, una simulación efectiva, un señuelo, le punza el deseo, y puede, casi de seguro, ser la iniciación de una ceremonia sacrificial, en la que el juego del tira y hala, llevará a una serie de posibilidades, muy limitadas por cierto, en las que, habrá, por necesidad un ganador, y habrá por necesidad un perdedor, y en ambos casos, en ambos polos de la relación, será marcado una pérdida definitiva, un estigma.

Claro, el caso es que, usualmente quien pierde es el pez, y pierde mucho en el intercambio de simulacro por realidad, al pez se le va la vida en ello. Pero, de este intercambio hoy, la laguna se está quedando vacía. Y el señuelo a su vez muere de frio y soledad.

Así es como se me pasan las horas perdidas en la lógica de intercambio, ahora yo, mortalmente desamparado, herido por la punta de un señuelo, recuerdo una promesa de campaña, de la más viejas y demagógicas, y vuelo a responderme: Quiero vivir bien esta vida, quiero vivir con dignidad este tiempo, no quiero promesas de futuras realizaciones, de un más alla en vida plena, soy aquí y ahora, mañana no sé.

En este intercambio de plenitud, quien sabe si termino siendo bañado en harina antes de pasar a un acto teatral compulsivo y final de ser frito en una paila muy grande para ser parte de un banquete en el cual estaré activamente involucrado.

A los puertos, las olas llegan siempre a tiempo, siempre distintas, y se marchan sin esperanza de volver más nunca. Mi identidad como un barquito de papel va en ellas y como todo, no espera grandes prodigios, insatisfecha de sí misma, busca en otros, para aliviar el frió de la soledad que tienen, y el miedo de aferrarse a la real intrascendencia de esto que llamamos vida.