martes, 10 de agosto de 2010

ocho en punto



Escapamos con alas de libélula de la crueldad cómplice de las cruces del cementerio de lo humano
cuando las campanadas estornudaban anuncios adoloridos y disgregados por el oleaje de la noche en dos
necesitábamos algo de delirios y sobriedad para las rutinas del apareo y sus efectos residuales
repletos de grietas en el ruido en las sábanas, los títulos, el linaje y los apellidos, colocamos piedras sobre piedras
la ermita apuntalada en valles de olvido daba el tono de agonía mientras ahogábamos el llanto en sonrisas hipotéticas contemplando el reloj de sol
parados al borde del acantilado, tus piernas, no existe piedad para el hombre al final de la historia
mirábamos pasar las volutas de humores cotidianos sobre los aullidos lastimeros la TV y su cacofonía de mercado
el martirio la tortura de la dignidad de conceptos mitológicos los libros apolillados la madera pudriéndose en la chimenea
salimos a la noche de ambos sin darnos las manos y en el espejo de la mirada nos desentendimos de todo
Nos despedimos sin lograr ser ángeles o demonios y con las ganas de querernos un poco más