jueves, 8 de octubre de 2009

regresos....



En la costa las sombras de la noche son hijas de un viento húmedo y tibio.
Siento el sudor labrar mi piel, a pesar del viento calmo y la penumbra de la tarde.
Desando andando sin caminar a parte alguna las pisadas que nunca di,
mientras absorto contemplo:
el lento deslizar de un agotado sol que se viste de ruborizados tonos antes de ir a la cama.
En el recorrido ya matizado del velo nocturno, entre mis ojos y la oscuridad de la arboleda,
un hada de luz vuela en semicírculos, parece retrasada a una reunión de luces más lejanas
e igual de bellas como ella.
Danzan, pequeñas fogatas de la noche en los rituales de su especie, navidades eternas de la vida.
De una gran palma cuelga un murciélago infinito, la luna se refleja en sus ojos,
no lo temo, él a mí tampoco, me contempla abrazado por las imponentes sábanas de sus brazos,
de pronto cae al vacío, bate sus alas y lo pierdo de vista, la oscuridad lo ha devorado.
Continúo cavilando, caminando, cavil-ando… si mis ojos fueron hechos para estas luces.
Apenas distingo espectrales formas conjugándose con el follaje
Son una unidad las sombras y las cosas
Sombras espesas que se yerguen del suelo unificándolo todo
Entre mis pies cual piedras saltarinas pequeñas ranas oscurecidas salen en cacería
Mis pasos hacen más ruido que los de ningún otro habitante de la noche
Camino sin prisas a parte alguna deleitándome por la frescura tropical
El aroma inconfundible de la noche tiene algo de mar, floresta y hembra
El horizonte ha perdido la línea de la costa, ha confundido mar y cosmos en uno solo espectáculo.
Camino, no me detengo, no hay apuros ni temores
Envidio al felino que como una centella ha cruzado olfateando a su presa
Me gustaría ser uno de ellos, sigiloso y calculador maestro de la emboscada
Husmeo, tanteo, atisbo, la oscuridad me ha robado los ojos
Dos lunas negras cortan mi pecho, su peso me vence, y en suelo besa mi cuello