martes, 26 de enero de 2010

Las conjugaciones del silencio


son como largos durmientes atorados entre el pecho y el infinito
superficiales estructuras que ni el limo devora con su pasión de molusco exitado
como una costra de mar granito en el horizonte del paladar
simulan una larga riada de imposibles, de acumuladas iras, de maldiciones nunca dichas
un andamio oxidado detrás de la lengua basáltica
con la que se alzaron templos, burós, cofradías, almas mater, sepulcros a la deriva
es un dolor de parto en la consciencia incrustada de la tarde
todo resuma naufragios en las escabrosas risotadas de la marea
en los remolinos rojisos donde descienden las nubes y el viento se confunden en el torrente y caen precipitadas como granizo
y en la boca pesan menos que los dilemas de la razón y el riesgo

de la oscurecida demencia legada por templos y misiones que estimulan
la puntual gana de soltar toda ancla y/o el cuerpo
nacen alas infinitas de murciélago
con ellas soltar los pesos a los pésames de turno es posible
y exhalar el aliento rutilante y dulcemente amargo de las últimas lloviznas
que bienviene el eterno abrazo de las libertarias redes del no decir media palabra
y cargar los trapos del mí mismo aunque sea al infierno de tu ausencia
o a la condena de tus labios que besan y reclaman con tanto atrevimiento.