martes, 9 de noviembre de 2010

AM·3



El tensado terciopelo del lomo de las moscas esconde enigmas que se desatan como vendavales de mayo en los ojos trémulos de los gallos del amanecer cuando duermen a ala suelta sobre los tejados del alto niuyor y los ángeles andróginos tocan la lira y a la par sobrios delincuentes declaman los satánicos versos de Rimbaud en un bacanal dispuesto a la élite de esta tierra.
Zancudos y gusarapos rebosados de vid zarpan en un alto barco de calado minimalista que truena en la distancia mientas resuma sus lamentos de Magdalena sobre las olas, por lontananza va como un seguro ahogado o un enfermo delirante que juega con los pechos de la noche en un psiquiátrico del Mar del Plata ajustando la soga al tímpano antes de perderse en horizontes de ensueño.
Frente a la pantalla del ordenador  cual, si fuese un calatejo de evidencias, la abuela descubre la flor que buscó por siempre y antes de tomarla y reconocer el perfume de infancia es invadida por un virus y muere de esperación desangrada entre lunas sin que nadie intente al menos resetear su alma.
Pongo el dedo en la llaga, al costado del hombre, y me astillo de cruz el alma con algo que asemeja una tilde, su filo agudo me desangra gravemente, y veo pasar los días esdrújulos por mi sien antes de morir por la envidia ajena.
Otra mosca, maldita mosca, algo de aguaceros… ese volumen contiguo huele a hembra o a recuerdos, un tentáculo explorador descubre la soledad mientras la gota voladora zumba antes de ser parte de mis manos en un aplauso definitivo.